Palabras al cierre

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Más allá del lugar donde decidimos depositar nuestra pesada ambición, asistimos al nacimiento de una generación disgregada entre el arte que nos consume y las vitrinas llenas de fríos maniquíes sin cabeza, la hemos visto crecer a costa del tiempo que a poco a poco ha hecho más dura nuestra piel, más fríos nuestros ojos cansados de ver como nuestro país se cae a pedazos y hoy, antes de abrir la puerta que nos deparan los sueños, asistimos a su muerte como mudos testigos de un cuerpo que hace tiempo arde en los espacios vacios de los contratos que todos nos hemos animado a firmar.
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Hoy ha cerrado una escuela y es muy probable que bajo su sombra aparezcan diez más que en el futuro muerdan el mismo anzuelo, para recordarnos que hemos puesto el arte en las manos equivocadas de un sistema que no ve más allá de su propio interés, reflejado en la imagen paterna de una economía globalizada, que justifica todo si de ello obtiene unos pesos a cambio. Pusimos el arte en sus bolsillos, en los lentes de sus cámaras digitales, en los stands de una feria de libros, en los pasillos de los supermercados y desde ahí han transformado las pinceladas del pintor en afiches de publicidad de bebidas y los versos del cantor en el jingle de moda de la próxima navidad, ¿De qué nos quejamos entonces si hemos transformado la caja vacía del teatro en una escuela de talentos donde no importa lo que hemos dejado en ella, sino simplemente cuanto estamos dispuestos a pagar?
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No se trata de abrir o cerrar escuelas de teatro, ni del futuro de cincuenta alumnos, se trata de la responsabilidad que todos hemos adquirido por hacernos llamas artistas, una responsabilidad que ya no discute en el fulgor de una escena, ni en versos de un poema de amor, sino que se difumina a través de las persianas de una oficina, con gráficos y encuestas al por mayor, olvidando el verdadero sentido que nos lleva a tomar a le decisión de exponernos a la desmesura del teatro del que tanto nos gusta hablar cuando vemos la televisión, ese teatro que por siglos ha sido parte de nuestra cultura, nuestro reflejo como ciega sociedad y que hoy, por nuestra propia culpa, se ha transformado en un simple espectáculo digno del aplauso de los mismos que hoy cierran este espacio mutilado.
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No decidimos ser actores para llenarnos los bolsillos con un aplauso, ni para aparecer en las notas de un programa de televisión, bien lo sabemos por qué nuestras vidas ya no son las mismas que teníamos antes de estar de aquí, hemos aprendido que no podemos separar la vida del arte, que el teatro es más que un montón de escenografía bien iluminada con actores moviéndose como títeres de un director, es una forma de vida, la identidad de la sociedad en la que vinimos a caer, nuestro trabajo es dejar nuestra vida si fuera necesario sobre este espacio, el único espacio donde aún no habita el dinero, ni la pluma de un lápiz firmando un papel, solo la energía de nuestras vidas sobre estas tablas dobladas por la precariedad en la que hemos nacido, crecido y hoy vemos morir poco a poco, entre la miseria de una sociedad que no ve al ser humano detrás del numero, solo la boleta que todos hemos dejada olvidada sobre el mostrador. Hoy asistimos a la muerte de nuestra escuela, pero aunque este espacio se cierre definitivamente aún nos quedara una necesidad pendiente, nuestros ojos cansados seguirán pegados en el horizonte, aunque tengamos que pasar por este camino muchas veces…
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Juan A. Osorio Negrete

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EL EXTRAÑO MUNDO DE BARRET 2011
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